Sus padres, sensibles a la música, artistas del teatro y de la poesía, le transmitieron ese amor por el arte. El menor de tres hermanos también músicos y profesores, con un legado importante en el ámbito de la guitarra.
Mi primera maestra de piano, amiga de la familia, Isola Bacaró, se empeñó en mostrarme los caminos de la pianística para que me dedicara a este instrumento y no al mismo elegido por mis hermanos. Con siete años empecé a estudiar en la academia.
Era difícil porque a los niños les gusta jugar, y estudiar música requiere disciplina y constancia, y la familia juega un rol importante en esos primeros años de cualquier artista. Se convierte en un hábito y, más que eso, en una necesidad diaria la de seguir estudiando y tocando.
Inolvidable para Víctor Rodríguez su debut con la Orquesta Sinfónica Nacional. «¿Te imaginas? Tocar en ella siempre es muy especial, y lo es más para un instrumentista como yo, porque el pianista, a veces, está muy solo. Compartir con 80, 60 músicos, es muy importante. Yo era muy joven y tuve la suerte, siendo estudiante de nivel medio aún, de ganar el concurso Unión, que impulsa el lanzamiento de las nuevas figuras, de los nuevos talentos… Y justamente parte del premio era el debut con la Orquesta Sinfónica Nacional.
«Fue con Duchesne, imposible olvidarlo. Lo que imponía él como director, con el carácter que tenía, su personalidad, y, además, fue en el Gran Teatro de La Habana… Fue el concierto número uno para piano de la Orquesta de Federico Chopin, que lo hice en concurso con un gran pianista nuestro y profesor ya fallecido, César López, gran músico, gran persona, que me hizo el segundo piano. Yo tenía 16 años. Y fue maravilloso».
—Ha tenido otras oportunidades similares con otras orquestas sinfónicas del país, con otras formaciones…
—Sí, y lo disfruto mucho, porque el acompañamiento te arropa, sobre todo cuando se hace bien. Y nuestra orquesta ha pasado por momentos duros, difíciles, mejores, peores, como todo en la vida. La orquesta es la primera que te juzga, y son todos buenos músicos, han tocado con muy buenos intérpretes y entonces siempre impone un reto.
—En 1986, haber obtenido el Premio Especial a la Maestría Artística y el 6to. Premio en el Concurso Internacional de Piano Tchaikovsky marcó un punto importante, no solo en su vida profesional, sino en su lugar en la pianística cubana…
—Sin duda. Es un concurso de los grandes, de los más importantes del mundo. En mi edición fueron 111 pianistas. Fue muy difícil, fue un mes concursando, yo no podía dormir bien… Te daba la sensación de que todo el mundo era mejor que tú. Es el estrés propio de un certamen así.
«Sin embargo, puedo decirte algo. Frank Fernández, el extraordinario pianista y gran hombre que conocemos, a quien admiro profundamente, me dijo: “El día después que ganas un premio no eres mejor pianista que el día anterior. Y el día anterior del día de que te eliminen en un concurso no eres peor pianista que el día después”. El arte, realmente, no tiene una esencia competitiva. Se nutre de las sensibilidades de los artistas. No demerito los concursos y lo que los premios o reconocimientos significan para los artistas pero tampoco hay que creerse muchas cosas.
«Las maneras de tocar cambian, las estéticas cambian, el tiempo pasa y ya no se toca como se tocaba en el siglo XIX, como se tocaba a inicios del XX. No digo que sea más fácil o más difícil, probablemente más difícil es ahora, sobre todo con la tecnología que existe en la actualidad. Pero lo innegable es que cada artista es singular».
—Si bien no se es mejor pianista una vez que se obtiene un premio, usted decidió en un momento de su vida fundar el concurso y festival de piano Ignacio Cervantes.
—Era importante, te diría más, es importante tener una ventana nuestra aquí, donde poder mostrar lo que tenemos. El concurso fue resultante de ese anhelo de crear un espacio de visibilidad internacional para la pianística joven cubana. Y se logró, incluso, insertar el concurso en sitios y en directorios internacionales de concursos internacionales e hicimos cuatro ediciones.
«Una dualidad importante, porque festival con toda la programación que lleva y concurso además demanda mucha actividad. Siempre lo hicimos con menos presupuesto del que realmente solicitamos, y buscamos jurados que pudieran ser parte del festival, y a la vez que hicieran conciertos. Muchos pianistas importantes nuestros, jóvenes, pudieron realmente tener una visibilidad a partir de los concursos de ese evento.
«La música se vive y toca fibras emocionales. He tenido buenas experiencias con gente que no sabía música… He tocado en la montaña, he cargado pianos para dar un concierto a gente en una zona ganadera, hice giras por universidades para estudiantes universitarios, les llevé la música a donde ellos estaban, con el piano que pude hacerlo, y me escucharon con mucho respeto y cariño.
«Toqué a Ravel, Schumann, Lecuona, en fin, no era un programa fácil para el oyente no especializado, y las experiencias fueron hermosas. Es un trabajo que hice mucho tiempo, y que me gusta hacer. Demuestra, además, que no solo el placer uno lo encuentra en esas salas icónicas con públicos muy muy exigentes, sino cuando uno ama dar. Lo importante es que haya solo un par de oídos ahí receptivos y ya la magia está en el ambiente».
—Como profesor también atesora vivencias enriquecedoras…
—Sí, pero la enseñanza es muy ingrata. No todos los estudiantes agradecen con la misma intensidad con la que tú les enseñas. No se trabaja por recompensa, sino porque te gusta hacer lo que haces, porque te agrada formar personas. Si te lo agradecen bien, y si no, también. Lo valioso es tratar de hallar el placer en esa cotidianidad.
«Tengo dos hijos extraordinarios pianistas y fueron también mis alumnos. Ellos bien saben que el Víctor Rodríguez profesor ha cometido los mismos errores que el Víctor Rodríguez ser humano. En el libro Las enseñanzas de Don Juan, su autor menciona que el hombre tiene tres enemigos. El primero es la ignorancia y esa la superamos. El segundo es el conocimiento porque te crees que sabes y ahí vuelves a pecar, vuelves a cometer errores por la soberbia. El tercero es el tiempo y no lo vence nadie, aunque haya hombres que trasciendan el tiempo, sin duda. Pero en el sentido personal, no.
«Entonces, yo he cometido errores, como todos. Estoy seguro de haber sido, a veces, poco paciente, a veces absoluto, pero siempre fue muy exigente con mis alumnos, porque eso también lo recibí en mi formación con Frank Fernández. Él en mi vida es medular. Es raíz, es savia, es árbol. Fue mi Dios pianístico. Y siempre lo será. Yo soy un producto de su magisterio y no es que sea mi pianista preferido porque me niego a elegir uno, sino que su impronta en mí ha sido inmensa.
«Lo más importante es que siempre me he dado completo, es decir, no le he escondido nada a nadie. He dado todo. Me la he jugado y no con los buenos, que es fácil trabajar con ellos. Lo difícil es, a veces, salvar gente. Y yo creo que si en algo debemos trabajar es en que todos nuestros artistas sigan sintiéndose útiles; incluso aquellos que están jubilados, porque son enciclopedias vivientes y no pueden caer en el olvido. Se nos han ido muchos de esta vida y no los hemos aprovechado en la medida que debemos».
—Imagínese que en otra vida sea una pieza musical. ¿Cuál pudiera ser?
—Depende del estado de ánimo del día. Puede ser Claro de Luna, puede ser el primer movimiento de Claro de Luna de Beethoven, por ejemplo. O no. Puede ser agua, puede ser fuego.
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